martes, 2 de octubre de 2007

En el Hoyo o la galaxia que es cada individuo y el universo del documental que lo contiene

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán

“El cine está asociado de la manera más estrecha con la actualidad. En esto reside su potencia de arte de masas, su potencia de arte amado por el pueblo, la más importante de las artes”
Alexander Donchenco


Para Carlos Velo –que lo mismo realizó documentales sobre abejas que el documento-ficción Torero (célebre por ser una profunda reflexión sobre el miedo), así como el famoso testimonio sobre la apertura de cursos que realizara el presidente Luis Echeverría en Ciudad Universitaria 1975 de la cual saldría descalabrado- definía lo que era documental como:

“es el tipo de cine que trabaja con la realidad misma de los hechos de la vida, tanto como de la vida que puede ser analizada por un científico, un biólogo, como de la vida social de los seres humanos: hechos reales. A veces estos hechos pueden ser históricos o ser producto del hombre pero será documento por que tiene una información cultural. El cine documental se mueve en la órbita del registro de la cultura en todas su formas.”[1]

Más que un género lo documental es una historia. Este tipo de cine nació con la cinematografía de fines del siglo XIX. Desde el inicio, con los Lumiere, el intento último de la cinta de plata, era hacer hablar a la realidad con imágenes, este acto de retrato en movimiento fue usando diferentes estructuras narrativas. Del cine directo; buscando la objetividad y tratando de entender la realidad tal cual, al Cinema verdad cuya pretensión era encontrar un arte comprometido, hasta llegar a la primera cúspide del documental con Flaherty con los famosos relatos de cómo el hombre enfrenta a una naturaleza dura, cruel e inhóspita y sobrevive en este afán. Con Nanook El Esquimal y El Hombre de Arán el drama es introducido como elemento estructurador del documental.

El documental irá incluyendo, a lo largo del siglo XX, otros elementos constitutivos como la persuasión y la seducción, para muchos la obra de Leni Riefenstahl, La Olimpiada de Berlín o El Triunfo de la Voluntad son la base para entender a la publicidad moderna. Asimismo, el cine se vistió de etnografía, se convirtió en un observador participante para entender las diversas culturas de la tierra, en forma honesta.

En nuestro país el cine documental tiene una larga historia que inicia con las vistas de Porfirio Diaz. La historia registra un título profético como primer documental: Pelea en el Zócalo (1897). Durante la Revolución, los hermanos Alva, pero fundamentalmente Salvador Toscano, levantaron un minucioso registro de acontecimientos, conformado como historia oficial por Carmen Toscano en los cincuenta en Memorias de un mexicano. En los treinta Serguei Eisenstein, a su paso por México, revelara una estética de tal contundencia que será imposible apartarse de ella.

Son muchos los rollos de película, directores y campos temáticos que se han tocado en este país. Sin otro ánimo que el de compartir un gusto, nos permitimos mencionar 11 ejemplos notables de nuestra colección personal: El grito de Leobardo López, que documenta el movimiento del 68; Laguna en Dos Tiempos de Eduardo Maldonado, sobre un ecocidio provocado durante el boom petrolero; El niño Fidencio de Nicolás Echeverria sobre el fenómeno popular de una creencia en una cura milagrosa; Ser de José Ruviorosa sobre el modelo de consumo que nos acompaña de la cuna a la tumba; ¿Quién Diablos es Juliette? de Carlos Marcovich sobre la historia verdadera del parecido existencial de una joven cubana y una modelo michoacana; Etnocidio, notas sobre el Mezquital de Paul Leduc sobre la desgarradora pobreza en México; Pueblo mexicano que camina de Juan Francisco Urrusti, sobre la forma en que México se mueve entero el 12 de diciembre de todos los años; Testimonio Zapatistas de Ramón Aupart, sobre los sobrevivientes de este movimiento en Morelos; No les pedimos un viaje a la luna de Mari Carmen Lara, sobre las costureras y el temblor de 1985; Toro Negro, de los directores Pedro González Rubio y Carlos Armella, que sigue a un torero suicida y alcohólico en Yucatán; y Pepenadores de Rogelio Martinez Merling, sobre los habitantes de la basura en la ciudad de México.

En los últimos veinte años cineastas como Ron Fricke, Godfrey Reggio y Errol Morris comenzaron a mover lo documental hacia un plano más conceptual y crítico. Obras como Koyoonisqatsi (1983), Powqqatsi (1988), Baraka (1992) y Microcosmos (1996) son muestra de ello. El cine documental se ha relanzado con obras como La corporación, Roger y yo, Masacre en Columbine o Retratando a la familia Freeman, han dado un giro espectacular rasgando el terciopelo y la alfombra roja de la cinematografía norteamericana, de tan fuerte el tirón que tuvo que ser reconocido por premios y festivales aun en los mismos Estados Unidos.

Hay que sumar a esto, obras de denuncia como Decepción por Panamá y series de televisión como Cosmos de Carl Sagan, canales específicos para difundir documental como History Channel, Discovery y National Geographic, y obras a medio camino entre la ficción y el documental como Cascabel de Araiza, Perfume de violetas de Marisa Sistach, o la obra de Fernando Mirelles en las favelas de Brasil o la enfermedad en África.

Más recientemente obras como La Pesadilla de Darwin; La canción del pulque; Los cosechadores y yo; El violín; Wall mark; Cuando los diques se rompen: Réquiem en cuatro actos; Las voces del Prestige; Súper engórdame; Génesis; Fahrenheit 911; La Marcha de los Pingüinos; Alas de libertad y Memorias de un Saqueo han noqueado las audiencias del cine en todo el mundo. En estos documentales se hace evidente lo que intuíamos, de lo que sabíamos, sólo la primera capa. Aquí hay trabajo de complejidad: nos enseñan, recrean, comparten, posibilitan, guían y dejan ver el reflejo de una realidad poco humana y con frecuencia desencarnada, a veces indescriptible, a veces luminosa.

Todo esto para poder hablar del film En el hoyo, que de inmediato nos hace pensar que con la globalización, las evaluaciones y certificaciones tienden a ser planetarias. Uno puede sentirse confiado de ir al cine y ver una película de un mexicano cuando tiene once premios internacionales. Más tranquilo debería sentirse uno al sentarse en la butaca si ha visto dos notables películas anteriores realizadas por el mismo Juan Carlos Rulfo que son verdaderas recreaciones fotográficas con fuertes implicaciones personales. Son también ejercicios genealógicos, ajuste de cuentas, hermenéutica de imágenes, búsqueda del origen, la raíz y la razón de lo que se es. En El Abuelo Cheno, se cuenta el asesinato de éste a muchas voces y explica y anticipa el Pedro Páramo de Juan Rulfo. A su vez, en Del olvido al no me acuerdo hace un homenaje no institucional de un hijo a su padre.

Sobre esto no había problema. En El Hoyo venía garantizada por festivales internacionales institucionales prestigiados e independientes y por la misma obra auténtica y rica del "Hijo del Mito."

Eran otras mis dudas, antes de que se apagara la luz de la sala ¿Cómo sería retratada la ciudad más barroca del planeta por este Juan Carlos Rulfo tan minimalista que ha retratado cielos y sillas en el Llano en llamas en la frontera de los Estados de Jalisco y Colima?; ¿Una vez saldada la cuenta con el pasado, esta obra representaba el presente y el futuro del artista? ¿Cómo sería tomado este documental en medio de una guerra de propaganda postelectoral? ¿Serviría más para unir o fragmentar a esta sociedad mexicana?.

Los 84 minutos de duración de En el Hoyo, son increíbles porque relatan la vida de ocho mexicanos: observados, seguidos, perseguidos, dialogados, retratados, en el ámbito de transformación y constitución que es el trabajo. El trabajo que les da orgullo, sentido, relación con los otros, amistad, afecto, identidad, cansacio, alegría, quebranto, que los titula y los rehace, que les permite especular sobre la realidad, apropiarse en la construcción de la misma. El trabajo como peligro pero también como posibilidad del pánico del hambre.

Estamos no ante la gran historia, ya muerta y enterrada por la posmodernidad, sino ante el relato de estos albañiles invisibles, sobre los que recae la construcción de las ciudades, a la microhistoria que apenas aludimos cuando desesperados, por el tráfico urbano, mencionamos como una conjunta: Haber cuando acaban, flojos. Por que no trabajan las 24 horas.

Les reclamamos sin verlos, sin entenderlos. Mexicanos con una filosofía de la vida que enmiendan refranes (a todo se acostumbra el hombre, menos a trabajar), que sirven de espejo, al reflejarse ante el intento antropológico (güero, tú que piensas del amor), que aportan desde el sentido común popular capítulos a la pedagogía (lo que necesita este país es educación y esta consiste en como un padre le habla a su hijo), o que utiliza la metafísica rulfiana sin abrir un libro (los puentes necesitan muertos para que los sostengan).

En el hoyo es impecable con las reglas mínimas del documental[2]: observación intensiva, creación colectiva, plan de ataque, fuerza subjetiva, amor por la humanidad, etc. La cámara nos hace cómplices de los juegos del Chabelo y el Grandote, nos da pastel, nos regala coches incendiados y suculentos guisados de albañil. Juan Carlos Rulfo va hacia la gente: en el cambio de ropa, el camión que no para, las casas, los gustos, las pasiones, el peso de los pasados, los errores vitales y los sueños de justicia.

El escenario y personajes: los trabajadores de un pequeño pedazo del puente más grande del país. Segundo piso de enconos y controversias, que alguien relata desde la cámara en el hombro.

Como ustedes observaron, hace unos días Juan Carlos Rulfo, nos dio una entrevista (20 de septiembre del 2006) y nos ganó para siempre, sobre todo por su humildad, conocimiento y por su profundo sentido humano: anteponía la amistad encontrada a cincuenta metros del piso del periférico, al éxito económico; nos dijo que era más importante las historias de la gente que el equipo técnico de filmación; nos platicó de la importancia de encontrarse a gusto con lo que se crea y de sus futuras creaciones que pasaban por encontrar este México y por colaborar a su reencuentro, más que sacarle jugo en la taquilla.

Le pregunté si En el hoyo recuperaría lo invertido económicamente, me habló de su deuda y de su esperanza de recobrar algo. Vale decir aquí que En el hoyo ya es la película más vista en salas cinematográficas nacionales y la más premiada del año. Todavía es tiempo de verla en cartelera, sobre todo porque sigue este auge del Documental, la historia del documental nacional y la personal del cineasta. Pero sobre todo por estar cuidada, muy bien hecha.


En el hoyo (México, 2005) Dirección, fotografía y cámara: Juan Carlos Rulfo. 84 minutos.

[1] Rovirosa J( 1990) Miradas a la realidad. Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. UNAM. Pág. 24
[2] Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (2006) Documental. Cuaderno de Estudios 8. México. UNAM

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