martes, 2 de octubre de 2007

Cultura, educación y represión pulsional

Una aproximación psicoanalítica a la antropología

José Luis Uberetagoyena Loredo

No puede soslayarse la medida en que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el alto grado en que se basa, precisamente, en la no-satisfacción (mediante sofocación, represión, ¿o qué otra cosa?) de poderosas pulsiones.
SIGMUND FREUD


Presentación
El presente ensayo versa sobre el tema de la cultura y la educación desde la perspectiva freudiana. Sigmund Freud formuló diversos conceptos acerca del papel de la educación y sus efectos en la formación de los sujetos de acuerdo con cuatro periodos en los que se constituye la teoría psicoanalítica: primero, el de los orígenes del psicoanálisis (1895-1909); segundo, el de la técnica psicoanalítica (1909-1915); tercero, el afianzamiento clínico (1915-1930); y, cuarto, el malestar en la cultura (1930-1938)
De manera muy general, Freud enfatizó de qué modo la educación tiene un lugar primordial en la génesis de las neurosis o cómo mediante ella se ejerce la represión de las pulsiones, la adaptación al principio de realidad, la sublimación y la necesaria socialización de los sujetos frente al ingobernable poder de los deseos inconscientes.
Los fundamentos epistemológicos y filosóficos del psicoanálisis son antiempiristas; por ello, Freud construyó sus propios conceptos y propuso una teoría y un método para estudiar las manifestaciones inconscientes de los sujetos como los lapsus, los sueños, las fantasías y los síntomas. De este modo, es probable que estas aportaciones conceptuales, técnicas y metodológicas del psicoanálisis, al ser extrapoladas, sin proponérselo deliberadamente Freud, abrieran líneas de investigación en el campo educativo.
. En este ensayo, he dado prioridad al término de cultura y señalo las relaciones que guarda con el de educación, sobre todo porque las lecturas de los antropólogos más famosos privilegian el concepto de cultura como central en su disciplina.


La reflexión epistemológica inicial
Causa enorme sorpresa a los estudiosos de la ciencia que, mediante el ejercicio supremo de la reflexión minuciosa sea posible acceder a verdades universales, elevándose sobre la acumulación de datos empíricos cuya obtención implica muchísimo trabajo, consume energía humana y sus conclusiones no siempre son tan satisfactorias. Es ésta, ciertamente, una experiencia de resignación, aceptando que la construcción científica se logra después de una ardua y tenaz lucha. Lo han dicho de diversas formas Hessen, Poincaré, Kuhn, Bachelard, Popper, Feyerabend, Lakatos, Bunge, Goldmann y cuantos más estudiosos de la filosofía de la historia científica, gnoseología y epistemología. Sin embargo, saberlo no es una condición suficiente que nos permita aprehender la dimensión profunda de la aventura de hacer y producir ciencia.
Este ensayo es un intento de cernir cuál es la concepción acerca de la cultura, a la que Sigmund Freud se inclina, y descubrir en qué reside su singularidad y sus aportaciones a la antropología y a la ciencia de la educación. Para cumplir con este propósito realice la lectura de El malestar en la cultura (1929), y que, en el corpus freudiano se le clasifica dentro de los estudios sociales. Es posterior a El porvenir de una ilusión (1927), en el que se ocupa del estudio de la religión y los mecanismos psicológicos que llevan a los individuos a refugiarse y a consagrar sus vidas de una manera absoluta al culto a una deidad. El título inicial que había elegido Freud para aquél libro era el de La infelicidad en la cultura, lo sustituyó más tarde por el de malestar, aunque perfectamente también se le aproximan los sentidos de otros términos como inconformidad y descontento. Finalmente prevaleció el de malestar que era más congruente con la orientación y articulación conceptual psicoanalítica, por su ligazón con el de angustia y culpa.
El asunto que examina constituye en la vida humana un verdadero conflicto: el irremediable e insoluble antagonismo entre las exigencias pulsionales (de vida o sexuales y de muerte; Eros y Thanatos luchando)[1] que mueven la vida anímica de las personas y, las limitaciones y obstáculos que la cultura impone a su realización. ¿A qué obedece ese imperativo cultural tan opuesto a posibilitar la satisfacción tan anhelada? ¿Es consustancial a la cultura el establecimiento de diques a la satisfacción pulsional? o, por el contrario, ¿Hay algo en la misma pulsión, de tipo orgánico que impide la satisfacción completa y que no tiene que ver, de ninguna manera, con los obstáculos que la cultura opone?

Freud y la indagación de la cultura
Freud oscila entre estos dos extremos: las restricciones culturales provenientes del exterior al aparato psíquico o un mecanismo inherente a la misma pulsión que, como medida de control, impide la satisfacción completa, dejando siempre un resto insatisfactorio[2] que redispara la búsqueda de satisfacción. Aunque estos dos extremos ofrecieran una respuesta a esta inquietud, en otros trabajos, Freud seguirá buscando aún otras respuestas y modificará permanentemente las bases de la teoría psicoanalítica, a modo de que se ajusten las nuevas explicaciones que irá produciendo. Son cuestiones que circunscribirán el ámbito disciplinario del psicoanálisis, sobre todo por el énfasis explícito puesto en el examen del destino de las pulsiones. ¿Qué sucede con ellas? ¿Son susceptibles de satisfacción? ¿De qué modo?
Ya en 1897, Freud había afirmado que el incesto era antisocial[3] y que la cultura consistía en la imperiosa renuncia a él; también le había adjudicado a la cultura la responsabilidad de la extensión creciente de la neurastenia en los individuos. No pasa desapercibido que entonces coloca a la cultura en el banquillo de los acusados, aunque, como dije anteriormente le asaltan ciertas dudas con respecto al mecanismo de la represión; vacila entre considerar a éste causado por influencias de tipo social y cultural o debido a un mecanismo inherente a la pulsión sexual, es decir, actuante desde el interior de la misma pulsión, a la que denomina represión orgánica. Se establecen así dos caminos para su estudio: los factores externos o internos causantes de la represión.
No era un tema nuevo en el itinerario psicoanalítico. En los Tres ensayos de teoría sexual (1905), declara que hay un “vínculo de oposición entre la cultura y el libre desarrollo de la sexualidad”[4] como igualmente en torno a las dificultades que conspiran en contra de la pulsión sexual durante el periodo de latencia, de los seis a los once años de edad:

En el niño civilizado se tiene la impresión de que el establecimiento de esos diques es obra de la educación*; y sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede producirse sin ninguna ayuda de la educación.[5]

Ante tal planteamiento, es natural captar qué le intriga a Freud: descubrir cuáles son los factores que intervienen en la represión de la sexualidad; por ello, en El malestar en la cultura se dedica al examen de los factores externos e inicia indagando en qué consiste la cultura. Para responder a esta pregunta, realiza un largo tratado acerca del desarrollo de la vida humana, sus búsquedas y afanes más intensos desde que aparece el hombre en la tierra. No da fuentes en las que se apoya y prefiere el ensayo para desarrollar su investigación.
En este sentido podemos comprender el planteamiento inicial de este ensayo, es sorprendente que un pensador como Freud, sin haber realizado las investigaciones de campo pertinentes de todo antropólogo, haya sido capaz de acceder a conclusiones tan agudas. Y no es cualquier asunto este, pues reconstruye restos de los diferentes hitos del desenvolvimiento de los seres humanos a lo largo de la historia.
El inicio de su argumentación es que los hombres se han movido siguiendo ilusos objetivos en la lucha por la vida como lo son el poder, el éxito y la riqueza y han menospreciado los verdaderos valores; aunque no precisa cuáles son se sobreentiende por la lectura que alude a la salud, el amor, la justicia y la libertad. Realiza toda una reflexión de corte ético y perfila su idea clave, propia de la teoría psicoanalítica: el reconocimiento de las intensas mociones de deseo y su influencia en el comportamiento humano. Aprovecha entonces para detenerse en una explicación de las instancias que interactúan en el aparato psíquico: yo, ello, y superyó, al mismo tiempo desecha la idea generalizada de un yo autónomo que funciona de manera independiente, para mostrar que:

esta apariencia es un engaño, que el yo se continúa hacia adentro, sin frontera tajante, en un ser anímico inconsciente que designamos <> y al que sirve […] como fachada.[6]
Dicha afirmación dio pie a todo el psicoanálisis actual a considerar al yo descentrado del aparato y a revelar su precaria condición en torno a, en este caso en particular, al ello o sede de las pulsiones; pero también la consideración con respecto al mundo externo, equivalente a los términos de medio ambiente, sociedad y cultura, dice: “el deslinde del yo respecto del mundo exterior se vuelve incierto.”[7] Y a reconocer, por las experiencias clínicas de los pacientes de qué manera “el sentimiento yoico está expuesto a perturbaciones, y los límites del yo ya no son fijos.”[8] Lo que permite suponer que realmente ese sentimiento de sí que posee el yo es producto de una serie de fases que permiten su desarrollo. Es irrebatible que no se nace con el yo, ni con el sentimiento de sí mismo (self) sino que es una lenta y dificultada construcción desde el nacimiento, en la que el lactante irá aprendiendo poco a poco a realizar una separación entre su yo y el mundo exterior; consabida distinción gnoseológica entre sujeto y objeto.

De este modo se contrapone por primera vez al yo un <> como algo que se encuentra <<> y sólo mediante una acción particular es esforzada a aparecer.[9]

Estas reflexiones infieren la formación de un primitivo yo que tiende a buscar todo aquello que le procure placer y, lógicamente a contraponerse a todo lo que viniendo de fuera le disminuya esta cuota de `placer; amén de considerarlo ajeno, y, asimismo, amenazante. Hasta este punto Freud distinguió el yo, ello y el mundo exterior, después insistirá también en que esa circunstancia anímica inicial, de cierre frente al exterior (como un encapsulamiento), de búsqueda incesante de placer permanecerá aún en las distintas fases por las que pasará en su desarrollo; ya que todos estos estadios se conservan y permanecen intactos. Así, afirma: “la conservación del pasado en la vida anímica es más bien la regla que no una rara excepción.”[10]
¿En qué hace pensar todo esto? Arriesguemos una hipótesis[11]: en el singular hecho de que durante toda nuestra vida nos la pasamos anhelando, a través de un deseo inconsciente, de retornar a un momento paradisíaco primordial que resultó ser la vida intrauterina y después los momentos iniciales de la infancia, debido a esa sensación maravillosa de felicidad absoluta, de completud ilimitada, imaginaria, de placer que inunda todas las actividades del niño; y que deja un resto como huella en el registro del aparato psíquico de omnipotencia, de narcisismo sin restricciones que insiste permanentemente en obtener la gratificación deseada. Es la repetición de la experiencia uterina, tomada como modelo de felicidad lograda, vivencia de re-unión con algo perdido a lo que se reintegra: una especie de todo abarcador.
Aún con este discernimiento, Freud seguirá interrogándose si detrás de esta búsqueda regresiva se esconde algo más… ¿Anhelo profundo a lo inanimado? ¿Un deseo de paz perpetua, de descanso eterno? ¿Es esto lo que late en el fondo del deseo inconsciente? Parece que sí, porque el que nace y vive, y tiene oportunidad de enfrentar las vicisitudes que el mundo exterior le ofrece y le opone, con sus normas, regulaciones, limitaciones y convenciones no deja de causarle displacer, quebranto, frustración y muchas decepciones que suelen hacer de la vida una carga pesada, para algunos seres humanos que por cuya conformación anímica no son capaces de sobrellevarla. Es ahí donde Freud descubre la pulsión de muerte, no sólo como impulso a la destrucción sino como anhelo de descanso eterno.

La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes.[12]

Es imposible captar, que en este punto Freud, no transite por la línea del discurso filosófico, aunado a la aportación psicoanalítica se permite preguntar qué es lo que los seres humanos buscan en la vida. Sé que esta búsqueda forma parte del campo de la ética desde los albores de la filosofía y que Sócrates, Platón, Aristóteles, el epicureismo y el estoicismo se dieron a la tarea de responder a ella. Para Freud, buscan la dicha[13], entendida como ausencia de dolor y displacer. De este modo, la concepción del ser humano que sostiene el psicoanálisis radica en el principio de placer, que es quien direcciona la vida; es quien gobierna al aparato psíquico. Y algo más, resulta que este principio entra en conflicto con el mundo externo; no puede actuar solo, ni lograr la satisfacción anhelada de manera inmediata, ni absoluta; de lograrla se alcanza de manera episódica, en momentos únicos que alcanzan niveles insólitos, poéticos o mágicos, por su infrecuencia. La dicha es aquí concebida como la satisfacción pulsional que ha eludido los obstáculos del mundo exterior, intentado constituir un paraíso, a veces artificial, mediante esfuerzos gigantescos. El intento es reducirlo a la medida de nuestros deseos, pero la reflexión freudiana es pesimista y realista, sostiene que tal tentativa está marcada por el signo de lo imposible:

El programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable.[14]


Lleguemos a nuestro punto principal: ¿qué lugar ocupa la cultura en este panorama? Es interesante, sin duda, que en este texto Freud le asigne a la cultura un lugar fundamental en el principio de realidad; la cultura es un fragmento organizado del mundo exterior, estructurado por reglas que, si bien permiten a los seres humanos protegerse de muchos peligros comunes y beneficiarse solidariamente, también es cierto que hay una querella esencial entre el mundo pulsional y la cultura y que es ella la responsable de la vida miserable y de baja calidad en la que una gran mayoría de seres humanos padece. Esto es porque la cultura es hostil a esta satisfacción y como respuesta produce neurosis en las personas, debido principalmente a que no pueden soportar medidas reglamentarias que los frustran; sobre todo cuando desde la educación se establecen metas ideales para el comportamiento, imposibles de alcanzar.
El psicoanálisis reconoce que la ciencia y la tecnología de nuestros días han hecho avances considerables que hacen de a vida algo más digno y la prolongan; admite que estos adelantos procuran una economía de la felicidad un tanto más alentadora porque las aportaciones de la medicina, de la farmacéutica, de la aeronáutica, las telecomunicaciones, entre otras, proporcionan un confort nunca antes visto, pero…
De la definición de cultura, en este texto, se desprende una interrogante acerca de la génesis de las neurosis:

[…] cultura designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres

Esta definición la complementa Freud con los datos que la antropología le proporciona: poner la tierra a su servicio, perfeccionar instrumentos, domesticación de animales, dominio del fuego, construcción de viviendas y al mismo tiempo, perfeccionamiento y extensión de los órganos de sus sentidos. Resulta conmovedor el esfuerzo por conectar esta definición con las tesis psicoanalíticas, como en el siguiente ejemplo:

Por haber ahogado el fuego de su propia excitación sexual pudo enfrenar la fuerza natural del fuego. Así esta gran conquista cultural habría sido el premio por una renuncia de lo pulsional.[15]


Conclusión
Pasma la singular lectura que practica Freud de los datos antropológicos; está uno tentado a seguir de manera minuciosa el modo en que relaciona sus inquietudes de investigación en torno a las causas de las neurosis y los elementos explicativos que le ofrecen las disciplinas sociales. Freud es un buscador de sentido; hace que los datos hablen y se instala en una actitud sigilosa de conexiones, de enlaces significativos para arribar a explicaciones de más alcance. Tal actitud replantea la cuestión epistemológica entre los métodos empíricos y la reflexión comprensiva en la Interpretación de los datos; constituye una provocación y una invitación. Por ejemplo, veamos cómo revisa las propuestas que la cultura promueve a través de ideales y valores para ser realizados en los seres humanos de una manera general y casi universal: la limpieza y el orden, las tareas intelectuales, científicas y artísticas, los sistemas religiosos, las especulaciones filosóficas, y las formaciones de ideal de seres humano, es decir la perfección posible a través de comportamientos codificados.
De este modo la cultura se edifica de acuerdo con el consentimiento tácito y explícito de renunciar a la satisfacción de poderosas pulsiones, o de realizar procedimientos indirectos para encontrar sucedáneos. Tal parece que de no canalizar, administrar y dirigir la energía pulsional en un encuentro equilibrado con las exigencias que la cultura impone, los individuos se encontrarían ante graves perturbaciones de neurosis, perversión y psicosis.


Bibliografía
BERENSTEIN, Isidoro. El sujeto y el otro. De la ausencia a la presencia. Argentina, Paidós, 2001.
BOLIVAR OCHOA, Gerardo. Historia interna de la teoría freudiana. Colombia, Universidad de Antioquia, 2000.
EVANS, Dylan. Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano. México, 1997.
FIRTH, R., et. al. Hombre y cultura. México, Siglo XXI, 1999.
FREUD, Sigmund. Tres ensayos de teoría sexual. Argentina, Amorrortu, 1981.
______________. El porvenir de una ilusión. Argentina, Amorrortu, 1981.
______________.El malestar en la cultura. Argentina, Amorrortu, 1981.
GOMEZ, Carlos. Freud y su obra. Madrid, Biblioteca Nueva, 2002.
HARRIS, Marvin. El desarrollo de la teoría antropológica. México, Siglo XXI, 1999.
LAPLANCHE, J. y PONTALIS, J.-B. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona, Labor, 1987.
MALINOWSKI, Bronislaw. Estudios de psicología primitiva. El complejo de Edipo .Buenos Aires, Paidós, 1963.
RANK, Otto. El trauma del nacimiento. España, Paidós, 1981.
VALLEJO, Américo. Vocabulario lacaniano. Argentina, Helguero, 1987.


Notas a pie de página

[1] El concepto de pulsión está considerado, dentro de la teoría psicoanalítica, como una de las innovaciones aportadas por el pensamiento de Sigmund Freud. Este concepto nunca se confunde con el de instinto, con el cual algunas malas traducciones han trasladado el término alemán de trieb. Cuando se acude a su uso, en el contexto de la lengua alemana, se le distingue nítidamente del de instinkt. Pulsión alude a un “Proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin, según Freud, una pulsión tiene su fuente en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto la pulsión puede alcanzar su fin.” (Vid. J. Laplanche, J.-B. Pontalis. Diccionario de psicoanálisis. México, Labor, 1987 p. 324.)
El concepto de pulsión está en relación estrecha con el de sexualidad humana. Y aunque se piensa que a través del objeto sexual elegido, la pulsión alcanzaría la “satisfacción” ,o, al menos, racional y mecánicamente, desde un punto de vista fisiológico, así se podría suponer. Sin embargo, Freud, al estudiar las perversiones y las diversas modalidades de la sexualidad infantil (oral, anal, fálica), rechaza la idea difundida, común y corriente, que considera la pulsión sexual ligada con un objeto específico, una finalidad concreta y que se le localiza en las excitaciones y el funcionamiento genital. Muy por el contrario, muestra que el objeto sexual es variable y azaroso y sólo se le llega a elegir en su forma definitiva en relación directa y singular con las vicisitudes de la historia de cada sujeto. Además que los fines son múltiples, no siempre claros (no sólo se busca la reproducción biológica, sino placeres de lo más variable e ignotos) sino parciales (orales, anales, escópicos, etc.) e, íntimamente dependientes de fuentes somáticas (zonas erógenas).
Por consiguiente, las investigaciones de Freud señalan que las pulsiones parciales no se subordinan única y exclusivamente a la zona genital, asimismo no se integran preponderantemente a la realización del coito. Y de suceder así, lo hacen al final de una evolución completa que no viene garantizada por la simple maduración biológica.
Las consideraciones anteriores llevan a la conclusión de que la satisfacción es siempre parcial e incompleta. La pulsión sólo gira alrededor de su objeto, sin alcanzarlo nunca de manera directa, sino fantaseada. Por ello el psicoanalista francés, Jacques Lacan (1901-1981), extiende esta conclusión a muchos más puntos no resueltos en la obra de Freud, remitiendo su solución a esta encrucijada estructural, casi ontológica del ser humano: la satisfacción completa en todas las aspiraciones humanas es una ilusión, una fantasía, un sueño, una aspiración imposible. De allí, que sea costumbre, en los ámbitos psicoanalíticos, de corte lacaniano, decir que la vida humana está marcada, irresolublemente, por una incompletud constitutiva y que el deseo es siempre un deseo insatisfecho, puesto que una satisfacción pensada en términos absolutos implicaría la muerte del deseo.
Otro elemento adicional que introduce Freud con respecto a la noción de pulsión es el de empuje al que concibe como un factor cuantitativo, energético, económico (de diversas magnitudes administrables o no) que le impone al aparato psíquico una exigencia de trabajo específica.
La Teoría de las pulsiones en Freud siempre fue dualista. En año de 1920, en el texto Más allá del principio del placer estableció la existencia de dos pulsiones básicas: la sexuales y las de muerte.
Pulsiones sexuales: noción que permite a la vez precisar el sentido de la sexualidad y evitar cualquier confusión con el instinto. Se opone a las pulsiones de autoconservación y entra en la categoría de las pulsiones de vida o Eros.
Pulsión de muerte: contrapuesta a la pulsión de vida, representa para Freud la búsqueda que realiza el ser vivo con vistas a sustraerse a las tensiones y retornar a un estado inorgánico. La pulsión de muerte se entiende ya sea como una tendencia a la autodestrucción, ya sea como una pulsión de agresión dirigida hacia el exterior.
[2]Vid. Sufra. p. 4.
[3]El incesto es calificado invariablemente por cada sociedad como pecado, como tabú: sólo hay diferencias en cuanto al grado de parentesco permitido o prohibido. Considerados desde la perspectiva del siglo XX, el incesto y el asesinato, en cuanto implican destrucción, son factores determinantes en el proceso histórico. Katalin Kulin dice al respecto: En ambos casos es únicamente el temor a que el posible vástago sea un monstruo lo que plantea un problema; en realidad es el futuro, el mañana, lo que está amenazado. Cabe observar entonces que este mitema significa el peligro inmanente de que se vaya imposibilitando la existencia humana. (Cfr. Katalin Kulin. Creación mítica en la obra de García Márquez. Budapest, Akademiai Kiadó, 1980. p. 179.) Así, por ejemplo, para Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, el incesto es el significante permanente en el proceso que tiene lugar entre los orígenes, lo que propicia el éxodo y por consiguiente la fundación de Macondo y en las postrimerías que se consuma con Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia y que provoca la destrucción de la estirpe y el nacimiento de un hijo con cola de cerdo.
[4] Sigmund Freud. Tres ensayos de teoría sexual. Argentina, Amorrortu, 1981. p. 242.
*Las negritas son mías.
[5] Ibíd. pp. 177-178
[6] Sigmund Freud. El malestar en la cultura. Argentina, Amorrortu, 1981. p 67.
A partir de este momento todas las citas se extraerán del mismo libro y se citará de la siguiente manera: El malestar seguido del número de página
[7] El malestar p. 67
[8] Ídem
[9] Ibíd. p. 68
[10] Ibíd. p. 72.
[11] Como se afirmó en la presentación de este trabajo, el psicoanálisis es una disciplina que no requiere de demostraciones experimentales. Es adverso al empirismo ingenuo y para ello su modo de proceder habitualmente depende del dispositivo que para tal propósito ha diseñado, consistente en hacer uso de un diván, de una regla fundamental (de asociación libre, que exige del paciente-analizante la disponibilidad para hablar del modo más fluido, intentando decir lo que se le ocurre, pasa por su mente) y de apego al discurso del paciente. Por tal motivo, muchas de las sesiones clínicas, pueden ser entendidas, interpretadas, como una manifestación, a través del discurso pronunciado del paciente, de fantasías cuyo referente es indemostrable. Tal es el caso del carácter de esta hipótesis. Tan sólo es una inferencia como cualquier otra, que intenta eslabonar un sentido ahí donde éste falta. Lacan incorporó al pensamiento psicoanalítico el concepto de tres registros de la vida humana: lo simbólico, lo imaginario y lo real para resolver muchas dificultades a la hora de comprender la subjetividad. La hipótesis enunciada tiene un antecedente histórico en el movimiento psicoanalítico. Fue Otto Rank quien, en su libro El trauma del nacimiento, intentó articular dicha explicación. El aporte de Lacan permite distinguir ciertos niveles de sentido del discurso de los analizantes. Así, lo imaginario está relacionado con la pregnancia (fijación coagulada, cristalizada) de las imágenes, con el apego a las fantasías o fantasmas del yo. Lo simbólico, remite al lenguaje como una estructura de significantes. Lo real, está relacionado con todas aquellas experiencias en las que el razonamiento lógico y las fórmulas simbólicas convencionales no son capaces de expresar ciertos contenidos. Constituyen la experiencia de lo indecible, lo inefable, porque el lenguaje está incompleto en sus significantes para expresarlos. Incluso, Lacan, en su discusión con los filósofos, llega a afirmar que lo real es lo imposible.
Por otra parte, cuando se conjetura la felicidad de la vida intrauterina ésta es un constructo teórico. El psicoanálisis estudia y habla de lo inconsciente; la felicidad de la que aquí se habla es una felicidad adquirida antes de la conciencia, prehistórica, prenatal, sólo figurada como fantasía en el discurso; su propio reconocimiento es inconsciente al igual que su búsqueda. El propio sujeto no sabe que la busca; sin embargo, muchas de sus acciones y síntomas se rigen por la lógica de este deseo inconsciente y que el trabajo psicoanalítico, terapéutico, infiere, después de un arduo trabajo, a través de las asociaciones de los analizantes. La felicidad aquí mencionada, no es consciente ni adquirida socialmente mediante logros económicos, sociales, amorosos, intelectuales; esta última, es una clase de felicidad que se busca concientemente, puesto que con ella se logra aceptación en el contexto social del individuo. La felicidad intrauterina no es consciente: es un saber que no se sabe que se sabe, a diferencia del conocimiento que es una posesión intelectiva consciente.
[12] Ibíd. p. 75
[13] Esta cuestión engarza el pensamiento de Freud con las teorías éticas de la antigüedad grecolatina. Cabe destacar que sería conveniente acercarse al pensamiento de Sócrates, Platón, Aristóteles, estoicos y epicúreos para entender ampliamente la singularidad del pensamiento freudiano al cuestionamiento ético de ¿Cuál es la finalidad de la vida humana? o, ¿Qué busca el hombre en esta vida?, preguntas a las que cada uno de los estos filósofos, muy a su manera, respondieron afirmando que era la felicidad o eudaimonía.
[14] Ibíd. p. 83
[15] Ibíd. p. 89

1 comentario:

Fabiola Bonales Martínez ex-alumna de la unidad 095 dijo...

sigue siendo un deleite leer lo que escribes. me daría mucho gusto que vinieses a mi escuela a compartir con mi personal docente alguno de tantos temas que dominas a favor de la educación. FELICIDADES.