lunes, 1 de octubre de 2007

Crisis global y alimentación: un tema para la educación ambiental

Nancy Virginia Benítez Esquivel

I
Desde su origen, la educación ambiental se ha concebido como una vía para enfrentar la crisis ambiental que pone en riesgo la vida en el planeta, incluyendo, por supuesto, a la vida humana. Muy pronto este discurso puso la mirada en el modelo civilizatorio actual y su lógica económica, basada en un mercado desigual al que se subordinan -tarde o temprano- la ciencia, la tecnología y la política. Este modelo, de acuerdo con Víctor Manuel Toledo (1992) puede ser visto como un pastel de tres pisos en cuya base se encuentra el sector primario, en relación inmediata con la naturaleza, es decir el campo. El segundo piso lo constituye el sector secundario o industrial que se nutre de la relación del primer piso. El sector de los servicios es el piso que se encuentra en la cúspide de este pastel. Cabe destacar que este modelo no es una pirámide, dado el acelerado crecimiento de los dos pisos superiores y el consiguiente adelgazamiento del primer piso, fenómeno en el que radica la insostenibilidad, pues el peligro real en la crisis global es la ruptura de ese primer binomio que da lugar a la civilización humana, lo que Alvin Toffler llamaría rastros de la primera ola. La crisis ambiental deja ver que si la segunda y tercera olas desplazan realmente a la primera, la civilización humana deja de existir. En este punto cabe insistir en el binomio naturaleza-sector primario, dado que la naturaleza, como sabemos, no necesita del ser humano y éste debe ahora aprender una manera de convivir con y en ella sin agotarla, sin destruirla, respetando sus ciclos y componentes, un tipo de relación que podemos llamar sustentabilidad.
La relación entre el hombre y la naturaleza a través de la producción primaria es la base de la civilización y ha tenido una larga trayectoria en la historia de la humanidad, y hay que reconocer que el modelo urbano industrial, desde su aparición con la revolución industrial ha representado una sobrecarga para esa relación productiva. Cabe recordar que en el actual contexto de crisis las llamadas culturas originarias se encuentran en peligro de extinción, y con ellas saberes milenarios acerca de una relación armónica con la naturaleza.

II
La globalización económica es un fenómeno que agudiza rápidamente la crisis ambiental. Su base es la sobreexplotación de recursos naturales y mano de obra para producir mercancías que se ofertan en una creciente cantidad de mercados en el mundo. Quizá su evidencia más tangible es la posibilidad de adquirir, muy cerca del lugar de residencia, un producto elaborado en diferentes y lejanos países y a un costo ‘competitivo’. Ello lleva implícitos fenómenos como:
a) el incremento de mercados o supermercados en cualquier parte del mundo;
b) el incremento de mercancías industriales, que si no se ofertan en los supermercados, se ofertan en las calles, o cualquier rincón con un tránsito relativo de compradores potenciales. Cabe decir que la mayor parte de estas mercancías no son satisfactores de necesidades reales o se destinan a satisfacer la necesidad de ‘estar a la moda’;
c) la diversificación de lugares de fabricación, que habla de una búsqueda constante de mercados laborales, es decir, de poblaciones con mano de obra barata, legislaciones flexibles y/o autoridades corruptibles;
d) uso de grandes cantidades de recursos materiales y energéticos para el transporte entre uno y otro paso del proceso de producción y distribución;
e) los precios ‘competitivos’ son absorbidos por los trabajadores y los consumidores -casi siempre los mismos- especialmente en los países subdesarrollados, donde la calidad de vida es precaria, mientras que las ganancias se reparten entre las firmas productoras, los medios de comunicación en razón de la publicidad y autoridades. Por otra parte cabe mencionar que un precio competitivo no necesariamente es justo o barato, es competitivo por que puede ser atractivo para el consumidor, tolerable en la competencia, e irreal porque puede estar muy por encima o muy por debajo de su valor;
f) la proliferación acelerada de patrones de consumo cada vez más homogéneos y, por tanto, de culturas en apariencia, también homogéneas;
g) la flexibilización o ruptura de medidas de protección o fortalecimiento de mercados nacionales a través de créditos atados para el desarrollo.

III
En su crecimiento, la globalización se ha afianzado en modificaciones culturales de amplio alcance que han dado paso a una cultura de consumo, al consumismo. Desde nuestro punto de vista el consumismo tiene dos premisas básicas: a) el éxito social o personal se basa en la posibilidad de consumir cada vez más, y b) para poder hacerlo se necesitan ingresos económicos que proviene de un empleo. De esta manera se legitima la invasión de los países a través de la inversión extranjera para emplear a más personas y se legitima la apertura de cada vez más supermercados que, aparte de ‘beneficiar’ con el empleo posibilitan el acceso a los productos.
El empleo y los supermercados se encuentran generalmente en las ciudades, motivando los movimientos migratorios. Cuando el empleo se dirige a los campesinos, se trata de empleo temporal en el mejor de los casos en labores del campo, pero con mayor frecuencia en la construcción de vías o en la maquila, casos que representan una modificación de los patrones de vida y un reforzamiento a la cultura de consumo de la que hablamos, máxime cuando lo que se produce en el campo no es pagado en forma justa por el comprador, ante la indiferencia del gobierno.

IV
El consumismo se expresa en la modificación de hábitos tradicionales, evidencias de la identidad cultural: el vestido, los ritos, la alimentación, por ejemplo. Esos hábitos no son estáticos, necesariamente han incorporado elementos del devenir histórico en cada momento, logrando un cierto equilibrio.
Sin embargo, un punto altamente vulnerable en ese vertiginoso cambio de hábitos y cultura -al que queremos referirnos- es la alimentación. Por una parte, la adopción de elementos antes ajenos a la propia cultura alimenticia, y por otra parte, la transición de la vida rural a la urbana han traído consigo la obesidad -hoy considerada pandemia- a la par que desnutrición. Y más que eso, al parecer la necesidad de ‘estar a la moda’, ya sea a través de la adopción de patrones de consumo novedosos (comer hamburguesas, pizza, etc.) o ya sea por el imperativo hoy impuesto de ‘conservar la figura’, es más fuerte que la necesidad primaria de alimentarse y llevar una vida sana. En este cambo de valores está presente el valor del trabajo, ya no se trabaja para vivir, se trabaja para consumir, aunque ello signifique sacrificar la cultura y la salud.
He aquí un tema necesario y factible para la educación ambiental. La alimentación es una forma de concreción de la relación del sujeto individual y social con su entorno natural, así como es una concreción del momento histórico. En la alimentación se hace presente, de manera cotidiana la imagen que cada quien tiene de sí mismo y la aspiración de futuro a la que se suscribe, en la que se encuentra implícita la visión propia de la vida.
En los hábitos alimenticios cotidianos recién adoptados se hacen presentes gran cantidad de acontecimientos que es necesario empezar a dilucidar y que será difícil agotar, sin embargo, en este momento es posible apuntar algunos:
a) la transición de la vida rural a la urbana que, en un sentido económico significa que la población ya no consume lo que produce, ni produce lo que requiere consumir, ambos fenómenos subordinados al mercado.
b) la modificación de la figura materna, estrechamente asociada al hecho anterior, toda vez que, aunque se sigue concibiendo como la encargada de la alimentación de la familia, se le asocia menos a la tarea de cocinar. La mujer requiere organizar su tiempo para trabajar -y comer- fuera de casa y de utilizar productos preelaborados, congelados, enlatados, instantáneos, que aminoran el tiempo de preparación, pero que representan un riesgo paulatino para la salud. A ello se suma la dificultad de compartir en familia los alimentos;
c) la desvalorización de los alimentos preparados en casa, puesto que aporta mayor estatus comer en la calle;
d) la imagen de lo que es ‘comer bien’ o ‘comer rico’ en una familia urbana se encuentra estrechamente ligado al pasado rural, en el que descansa gran parte de la identidad social de los individuos y los grupos que han vivido la acelerada transición. Esa imagen melancólica e identitaria ya no necesariamente se ajusta a las necesidades energéticas y posibilidades de asimilación de la vida urbana, más sedentaria, con altos contenidos de estrés;
e) la excesiva publicidad de los omnipresentes medios de comunicación que no ha encontrado en ningún agente social un eco suficiente para hacer un contrapeso. El gobierno, la escuela, la familia, el sector salud no han enfrentado y quizá ni percibido el alto y grave impacto de esta transición cultural, y de hacerlo, se encuentran ante una gran dificultad: ¿cómo hacerlo?

V
Por las dimensiones históricas, culturales y ambientales que se hacen presentes en la alimentación como fenómeno cotidiano y cercano a la vida de todas las personas, estamos ante una posibilidad para la educación ambiental, entre muchas otras antes trabajadas. Si lo que está en juego en la educación ambiental es la existencia de una crisis ambiental global que la educación trata de contribuir, con su práctica social a enfrentar, no puede soslayar el importante impacto que la crisis está inflingiendo a cada uno de los pueblos del planeta y que se concreta en la transformación de los hábitos alimenticios. Quizá para ello sólo existe una certeza: los hábitos están cambiado para mal. No hay quizá un modelo válido y suficiente de lo que debe ser una buena alimentación y existe también una proliferación de discursos acerca de la nutrición y la salud que se ha poblado de medicinas alternativas de muy diversa seriedad y solidez. Gran cantidad de empresas grandes y pequeñas han visualizado el tema como una posibilidad de acrecentar su mercados y beneficios económicos (desde Omnilife hasta establecimientos modestos que practican la antigua medicina china; desde la adición de vitaminas y otros nutrientes a productos para hacerlos más atractivos y en apariencia más saludables, hasta la inundación de dietas y de nuevos mitos nutricionales). Los medios de comunicación han sido -y seguirán siendo- el vehículo e instrumento legitimador de esta caótica profusión de ideas y mercancías que para la sociedad son motivo de un pendular interés e indiferencia. Lo mismo sucede con otros temas como la sexualidad, el amor, la política, la guerra, etcétera, contribuyendo a la sobrecarga de información, con su consecuente estrés y, a fin de cuentas, desinformación.
De esta forma, se hace necesaria la intervención de profesionales que actúan en espacios de interacción humana y en cuyo origen se encuentra una misión comprometida con la vida. Para la educación se trata de un área de oportunidad nada sencilla pero posible. Para la educación ambiental además de ello se trata del reto de adoptar el tema y constituirse en un espacio de diálogo, de confluencia de discursos -como es su vocación original- para propiciar una construcción teórica y conceptual dentro de los márgenes que le son propios: la crisis ambiental global, la necesidad de un mejor futuro para la humanidad y si se quiere, de un futuro sustentable social, cultural, económica y políticamente. La educación ambiental es un campo fértil para los análisis, las interconexiones y las puestas en marcha de visiones alternativas.

VI
La educación no es la panacea para la actual crisis. La alimentación no es el único tópico sobre el cual bordar y tal vez no el más importante. Sin embargo, la asunción del tema puede ser productivo para la labor educativa, es posible incluso que se haga un sondeo de los por qués de la crisis y los para qués de la vida humana. Un riesgo indudable es el fanatismo al que la educación ambiental se ha enfrentado desde su origen. Otro riesgo es que el tema de la alimentación se adopte de manera superficial -una moda- como ha sucedido con el manejo de desechos sólidos o el agua: comúnmente se toca por encima, sin ir a las raíces del problema y sin afectar el statu quo. El éxito de éste y los otros temas adoptados por la educación ambiental estriba en su vocación de pregunta y en la disposición de las personas por modificar la conducta a favor de la vida, por donde debemos iniciar los educadores ambientales.


Bibliografía

Bauer, A. (2002) Somos lo que compramos. Historia de la cultura material en América Latina. México, Taurus.
Toledo, V. (1991) “La cara oculta de la luna: la perspectiva ecológica y los problemas del tercer mundo”, en Casa del tiempo, No. 101, junio 1991, México, UAM.
Toffler, A. y H. (1994) Las guerras del futuro. España, Plaza y Janés.

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